Un año supone un plazo más que prudencial para evaluar la gestión de un equipo de gobierno. Hoy, martes 18 de mayo, se cumple justo ese tiempo desde la llegada de Enrique Moya a la Alcaldía, tras encabezar una polémica moción de censura junto a sus ediles del PP, GIB-Bolín e IDB, más el voto del independiente José Luis Moleón y la tránsfuga y ex compañera de partido de éste último, María del Carmen Romero. 12 meses después de su llegada al poder, la falacia de los argumentos que esgrimieron para justificar su asalto al poder se ha caído por su propio peso. Benalmádena, más que avanzar, ha iniciado una senda de retroceso fruto de la vuelta de los oscuros intereses particulares y partidistas frente al bien general de la ciudadanía.
Moya no ha acabado de dar salida a los grandes retos del municipio. Lejos de aliviar la deuda, ésta se ha ido incrementado de forma progresiva, con estrategias económicas tan dudosas como solicitar un nuevo préstamo de 4,5 millones con unas condiciones nefastas, incrementar los gastos superfluos o dilatar aún más el pago a proveedores. La falta de carisma y pulso firme para controlar y dirigir a sus socios de gobierno también ha lastrado la gestión de Moya, que ve como día tras día su concejal de Urbanismo y primer teniente de alcalde, Jesús Fortes, le come terreno, haciendo valer sus decisiones por encima de la autoridad del alcalde. Prueba de ello es que se ha llegado al extremo esperpéntico de colocar el nombre de Fortes junto al del primer edil en la placa conmemorativa de la inauguración de la plaza de España. El resto de las concejalías adolecen de la misma falta de control, y muchos afirman que Benalmádena cuenta con 13 alcaldes, debido a la libertad y falta de control de cada concejal en su área.
El nulo entendimiento con otras administraciones ha sido otra de las constantes del año de gobierno tras la moción de censura. Esa falta de diálogo con la Junta y el Gobierno central ha provocado que sigan pendientes de una solución algunos de los grandes problemas que atenazan a la localidad, como la mejora de los accesos a Arroyo de la Miel desde la autovía, o la restauración de la cantera del monte Calamorro.
La vuelta del urbanismo agresivo que caracterizó la gestión del mentor político de Moya, Enrique Bolín, también ha caracterizado el trabajo de Moya como alcalde, con modificaciones tan polémicas como la recuperación de una planta de altura en el complejo residencial que actualmente se está ejecutando en calle Lomilla, en Benalmádena Pueblo. Por no hablar de la deficiente ejecución de las obras del Plan Zapatero el pasado invierno, que obligó a asfaltar hasta en tres ocasiones la remodelada avenida de la Constitución de Arroyo de la Miel.
Además de mantener el elevado número de cargos de confianza en unas cifras similares, o de paralizar casi por completo el panorama cultural de Benalmádena (con la práctica desaparición del veterano y prestigioso cine-club Más Madera), no podíamos concluir este balance sin analizar lo que el propio Moya considera el gran logro de su primer año como alcalde: la reactivación de las obras de Pueblosol. Lejos de exigir compensaciones económicas por la década de paralización de los trabajos, el alcalde del PP ha regalado a una empresa particular la explotación de los aparcamientos, y a cambio financiará con dinero de las arcas municipales la construcción de la plaza pública, en lugar de exigir su ejecución a la adjudicataria. Una operación brillante que se cierra con una pérdida de por lo menos cuatro millones para los benalmadenses. Y estamos hablando "del principal logro de la gestión de Moya".
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